Es algo inherente a cualquier empresa o tarea profesional: Los problemas.
Surgen cuando menos te lo esperas y pueden dar al traste con tu trabajo y el de tu gente.
Aportar soluciones, así en genérico, es complicado. Las fórmulas magistrales rara vez funcionan, es más, puede que ni siquiera existan. Y desde luego, si yo las conociese sería ahora mismo un consejero codiciado por grandes empresas… Que tampoco es el caso.
Pero la experiencia nos convierte a todos en pequeños maestros, y estas son algunas pautas que yo procuro tener siempre presente:
Comencemos por el principio: «Reconoce que tienes un problema».
Parece un chiste, pero te vas a encontrar mucha gente y empresas que se creen perfectas. Y nada más lejos de la realidad: Todos cometemos errores que tarde un temprano generan un problema.
Identifica tu problema:
¿De dónde viene? ¿Quién o qué lo ha generado? ¿Desde cuándo está afectando a mi trabajo? Esta suele ser una etapa complicada, pues un análisis un tanto precipitado (y es en este punto cuando solemos empezar a ponernos nerviosos) puede conducirnos a una solución poco afortunada.
Valora la magnitud de tu problema:
¿Hasta dónde puede perjudicar mi trabajo? ¿Está en mi mano el hacer algo para resolverlo? Es el momento de pasar a la acción, si nuestro problema se escapa de nuestro control debemos pedir ayuda. No trates de taparlo y salir corriendo, todo se acaba descubriendo. Si aún no lo has solucionado, pasa al siguiente nivel.
Busca ayuda para resolver tu problema.
Somos orgullosos por naturaleza y nos encanta decir que todo está controlado, pero a menudo no es así. Una opinión o punto de vista diferente al nuestro puede ser un valioso aliado a la hora de encontrar soluciones. No dilates la decisión en el tiempo, descuelga el teléfono y pide ayuda.
¿Quién puede ayudarme a resolver mi problema?
Somos bastante predecibles. En este momento todos estamos llamando al compañero que siempre nos saca de los líos o a nuestro jefe. No es que sea una mala decisión, pero tarde o temprano nuestro compañero se hartará de nosotros y nuestro jefe pensará que somos incapaces de resolver nada. Seamos un poco imaginativos y dejemos de mirar por un momento a las alturas. Comparte tus problemas con la gente de abajo, con los que están en primera línea. Te sorprenderá como ellos pueden detectar el problema mucho antes que tú. Pero a menudo no escuchamos, o no somos conscientes de que problemas complejos tienen soluciones muy sencillas.
En muchas empresas falla la comunicación, y se comportan como buques con compartimentos estancos donde no fluye la información. Yo te recomiendo que abras las mamparas y escuches tanto a tu jefe como al último de los miembros de tu equipo. De esta forma tendrás una visión global de la empresa y sabrás a quién tocar o dónde acudir para resolver un problema.
Y recuerda también que la mejor manera de resolver un problema suele ser prevenirlo. De lo acertada de nuestra estrategia va a depender nuestro éxito, aunque esto ya es harina de otro costal. Mejor lo dejamos para otro día…